Donde espacio y tiempo se comprimen, ya no hay espacio ni tiempo
No sé a qué fecha pertenece lo que les cuento. De lo que sí estoy seguro es de que en este mundo conflictivo y en esta época preñada de utilitarismo no ocurren cosas semejantes.
Un escritor prolífico no muy conocido se enamoró de una mujer que, durante varios años solo había sido su amiga; a ella le pasó lo mismo. El de ellos no había sido un amor a primera vista, tal vez porque ya era diferente antes de nacer. Formaban una pareja nada común; vivían un romance cuatridimensional, es decir, que tenía una dimensión más que el vínculo tridimensional que une a las parejas normales. Se amaban en un tiempo sin antes ni después y se abrazaban en un espacio sin derecha ni izquierda; sin arriba y sin abajo. Tenían los pies en la tierra y los corazones más allá del mundo.
Como era una mujer muy especial, a él no le bastaba quererla, necesitaba idealizarla y en la relación, para sentirla más suya decidió cambiarle el nombre y ponerle uno que solo usaría él para nombrarla; por eso, cuando escribía sobre ella decía: “Mi sin par Dulcinea, princesa manchega porteña, alta señora, ama de mis pensamientos, la que va a hacerme perder la poca cabeza que tengo”.
Para aspirar a conquistarla hay que ser loquincho o por lo menos caballero andante. Pero ser caballero no basta; además, hay que estar enamorado de ella para que su aventura –cuando la cuente– los lectores la encuentren más apasionante.
Dulcinea, Buenos Aires La Mancha, venturoso sea el que tenga la dicha de tratarla; para conquistarla no hace falta tener fama ni fortuna; con ser piantado y fantasioso alcanza.
Halagada, la romántica amiga que escribiendo a él no le iba en zaga, le hizo llegar un hermoso poema suyo.
EN SILENCIO
Aunque nunca mi cariño
tenga el premio de tus besos
y aunque nunca mis palabras
repercutan en tu pecho
yo lo mismo he de quererte
con los ojos, con el alma,
sin palabras y en secreto.
Como quieren los que sufren
los que sufren en silencio.
Porque te llevo en mi vida
como si fueras un sueño
como si todo lo tuyo
se adormeciera en mi cuerpo.
Benditas sean las horas que
me traen tus recuerdos
cuando a solas en mi cuarto
sin mirarte yo te veo.
Y ese viajero incansable
que se llama pensamiento
te sigue a todas partes
para cubrirte de besos.
Porque tú me has enseñado
a quererte desde lejos
con los ojos, con el alma,
sin palabras y en silencio.
Emocionado por la musicalidad y la belleza del poema recibido y, para expresar su agradecimiento, le escribió:
“Mi querida Dulcinea:
Te escribo a media voz porque me gusta decirte cosas al oído. Escondido en esta página me encantará oír tu respiración mientras estás leyendo.
A mi poca sensatez se la llevó el viento y me dejó solo en la tierra con mis chifladuras. Con mi ser loco por la música, por la pintura, la poesía y la literatura. Mucho temo –porque lo presiento– que en poco tiempo más, voy a estar para un chaleco de fuerza porque mi sinrazón sigue en aumento. Ya comienzo a sentirme peor-mejor; mejor-peor porque asimismo ahora, creo sentirme reloco por vos.
Tu loco de atar no quiere que le aflojen los nudos.
El poema que Dulcinea le envía al escritor pertenece a Isabel Guzzoni.
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