Ileana Andrea Gómez Gavinoser
jueves, 12 de agosto de 2010
PITÁGORAS
Un genio encarnado: Pitágoras; inmenso, refulgente, un elegido, un iluminado, nació en la hermosa isla de Samos entre 582 y 507 a. C (Aproximadamente). Su figura siempre estuvo envuelta en un halo de leyenda. El suyo, fue un movimiento filosófico inaudito, pedía a sus seguidores centrar sus afanes en la vida espiritual y en la búsqueda de un modo de vida que los guiara a la salvación. Decía que el alma individual es una chispa minúscula escapada de esa hoguera colosal que es el alma universal, por eso, dedicar el mayor tiempo posible adquirir conocimiento, es desarrollar lo divino que hay en cada uno de nosotros. La hermandad pitagórica tenía un rígido código de conducta. No era una sociedad machista por que incluía mujeres en su comunidad y la conducta discriminatoria estaba prohibida. Sus estudiantes pertenecían a todas las razas, religiones estratos económicos y sociales. Se les recomendaba comer con moderación y vestir con sencillez.
Sus alumnos sanaban su cuerpo con la medicina y purificaban su alma con la música, Es famosa su teoría de la “música de las esferas”. Explicaba que el movimiento de los astros en su veloz desplazamiento produce sonidos. Las distancias que los separan guardan proporción con las escalas musicales, los que están más cerca de su centro, se desplazan con más lentitud y producen sonidos graves. Los que están más alejados, en ese movimiento circular, lo hacen con mayor velocidad y sus sonidos son agudos. Juntos, producen armonías que se convierten en la “música de las esferas”, que es la música que escucha Dios.
Fueron los pitagóricos los primeros en sostener la forma esférica de la tierra y postular que ésta y el resto de los planetas conocidos no se encontraban en el centro del universo. Los números pares e impares, representan los opuestos y de su unión surge la unidad; esos números son el fundamento de ella. Inculcaba a sus alumnos una mística científica basada en la preeminencia del número y la armonía de los contrarios. Hacía un verdadero culto del silencio y estaba en desacuerdo con el politeísmo mitológico porque creía en un solo Dios.
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