Ileana Andrea Gómez Gavinoser
jueves, 12 de agosto de 2010
UNA NOVELA SIN TÍTULO NI FINAL
En los años que llevamos juntos, nos ha tocado vivir en épocas diferentes. Cambiamos de domicilios ubicados en distintas comarcas. Gozamos o padecimos de distintas condiciones sociales. Así mismo, en cada novela se cambian nuestros nombres. En ésta que está en proceso, a mí me llaman Alfredo y a vos te mencionan recordando un apellido: Soto.
Alfredo —Bueno, vamos a lo que nos ocupa ahora. Ya estoy preparado para empezar el nuevo capítulo, vos, ¿estás listo?
Soto —Todavía no…, esperá un poco.
Alfredo —Qué pasa, ¿no conocés bien lo tuyo?
Soto —Los diálogos que siguen si, pero no el resto de la historia.
Alfredo —Yo tampoco, pero igualmente voy a continuar con lo que prosigue.
Soto —¿Sabés?, no es un problema de conocimiento, lo que pasa es que me falta pasión para hacer este trabajo.
Alfredo —Debés ser el único personaje al que no le interesa mostrarse. Bueno, allá vos, tomate tu tiempo, empezamos cuando quieras.
Soto —Hoy no. No tengo ganas.
Alfredo —Aunque estamos siempre juntos cada vez te entiendo menos.
Soto —Te explico, me falta motivación. Además, no me llevo bien con el autor.
Alfredo —Yo, como soy agradecido, aunque solo soy su personaje lo considero un padre porque me dio vida literaria, que al fin y al cabo también es una forma de vida. ¿No pensás lo mismo?
Soto —Porque soy empecinado o tal vez un mal hijo, solo le encuentro defectos. Lo encuentro egoísta, siempre pendiente del éxito y de sus lectores.
Alfredo —Y a vos, ¿el éxito y los lectores no te interesan?
Soto —Me importan un rábano. Yo quiero libertad para desenvolverme y que mi parte tenga más importancia.
Alfredo —Yo hago lo que corresponde a mi papel sin cuestionar lo demás.
Soto —Lo tuyo es fácil porque él con vos es distinto. Sos más independiente y respeta tu vida privada.
Alfredo —Eso es cierto.
Soto —A mí me asfixia. Conmigo se mete en todo. Cuenta cosas que debían ser calladas y otras que por delicadas no tendría que contar. Divulga mis inclinaciones y pensamientos secretos que afectan a mi intimidad y ponen en jaque a mi orgullo.
Alfredo —Ahora que me lo hacés notar, creo que algo de razón tenés.
Soto —A veces me sorprendo, de mí, cuenta cosas que ni yo mismo sabía.
Alfredo —A mí eso nunca me pasó. En este momento te justifico y me doy cuenta de por qué estás tan molesto.
Soto —No me trata como a un hijo; me mueve los hilos como a un títere. Me sienta, me para, me corre, me pone o me saca a su antojo como si fuera un muñeco.
Alfredo —No quiero discutir con vos, pero, somos dos los protagonistas para desarrollar esta obra, si falta uno, se interrumpe la historia y el que falla hace abortar la novela.
Soto —Si el que la escribe no me da la oportunidad de poder hacer mi parte como quiero, me importa un pito el novelón y la historia, que se vaya todo al cuerno, si es cierto que su triunfo depende tanto del personaje que soy, que me trate con más miramiento, si no, que no siga. Te digo, si es por mí, que la novela no se termine.
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