Busco un árbol…, cualquier árbol. En éste lugar desierto, en ésta tarde que agobia. No importa que no sea un quebracho, lo que necesito no es leña. No importa si no es un cedro; con su madera no voy a hacer ningún mueble.
No importa que no encuentre un eucaliptus, porque no estoy congestionado ni pienso hacerme inhalaciones. No importa si no me topo con un Nogal; no tengo hambre ni me gustan las nueces, además, siempre me dio pereza partirlas, y de yapa, tener que recoger las cáscaras.
No importa…, no me importa, no se me importa. Me importa un pito si es un arbolito con naranjas, porque como no tengo sed, para chuparle el jugo a una, girando el dedo sobre la cáscara no voy a hacerle ningún agujero.
Quiero ante éste horizonte silencioso y quieto, tan enorme que su línea es casi recta, encontrar un árbol; en tanto…, sigo buscando…
Busco un árbol…, cualquier árbol. Porque con éste calor que aplasta, estoy medio asoleado y pretendo un poco de sombra; en lo posible, que tenga a su pie abundante tierra, porque también empiezo a sufrir por culpa de una emergencia: necesito echarme un meo. Por eso…, busco un árbol…, cualquier árbol.
SOY UN ÁRBOL
No se como me llamo; un calendario vegetal cuelga con mi ramaje, y ya perdí la cuenta de las hojas y días que cayeron y pasaron desde que estoy acá. Y aquí sigo, con las medias de tierra en mis fríos pies cónicos de palo; enterrado hasta la cintura sin poderme mover, siempre sujeto al mismo piso, y bajo este cielo tan cambiante. Debo ser muy alto ya que los que me rodean son más bajos que yo, y parece que sigo creciendo porque los veo cada vez más pequeños y aunque de arriba se ve mejor, lamento estar cada vez más lejos de ellos y más solo. Aunque me veo reflejado en los ojos de los que me miran, mi confusión es mayúscula porque me veo como ellos me ven.
En la vista del poeta me percibo en forma de soneto, con el músico en modo de canción. En la pupila imaginante del carpintero intuyo un futuro de cuna o de ropero. La mirada necrófila del enterrador me pone la corteza de gallina al ver dibujado en ella un ataúd. El parrillero me hace presentir una tumba infernal trozado en leña, y me imagino poste entre las piernas del que trabaja en la compañía de luz. El dormilón desea que conmigo hagan una cama y el acalorado, de mí solo ve la sombra refrescante que proyecto. Aún sin intención, las parejitas solo se acercan para lastimarme; al alejarse me dejan en el cuerpo un corazón atravesado y dos iniciales toscamente tatuadas en mi piel. Soy el piso en el que levanta su casa el hornero, y el inodoro en el que la paloma deja sus excrementos. ¿Para qué me eligen los perros?, por vergüenza no lo cuento. Alguien una vez dijo: “Pienso, luego existo”.[1]
Conozco ese pensamiento; yo también pienso, sí, pero…, ¿cómo pienso, cómo soy, cómo existo?
Fotografía de Ileana Andrea Gómez Gavinoser (copyright, 2010)
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