Ileana Andrea Gómez Gavinoser

jueves, 12 de agosto de 2010

ARTURO ILLIA





Ocupó la Casa Rosada entre 1963 y 1966, y fue derribado por el general Onganía que, en una acción injustificable, salvaje, derrocó a uno de los mejores gobernantes de nuestra historia. Todavía muchos lo recuerdan como el Apóstol de los pobres. El militar, fue apoyado abiertamente por el poder económico de empresas locales y extranjeras que defendían intereses contrarios a los del país, y alentado por la prédica golpista de una prensa paga, entre otras: Primera Plana y La Opinión. Líderes de esa campaña fascista fueron los periodistas Jacobo Timerman –Fue quién lo bautizó “la tortuga”-, Alvaro Alsogaray entonces columnista de Confirmado y Mariano Grondona, que infatuaron a Onganía y ridiculizaron al primer mandatario y a su esposa Grondona en uno de sus artículos dijo que el país había encontrado al Moisés que necesitaba, él lo llevaría a la tierra prometida. No hay dudas que éste Moisés aludido, era el general Onganía.
El doctor Arturo Illia fue el primer presidente en jurar en traje de calle –antes lo hacían de frac-, y el único en rechazar la jubilación de privilegio. Su única propiedad, una casa en Cruz del Eje fue comprada con el producto de una colecta popular,
Frenó el abuso de laboratorios internacionales que tenían ganancias exorbitantes a costa de la salud de la población. Anuló contratos petroleros que lesionaban los intereses de la Nación. E.E.U.U. principal afectado, envió a su embajador a comunicarle que su país en represalia suprimiría toda ayuda financiera a la Argentina. A pesar de eso produjo un aumento en la producción y bajó dos puntos el índice de desocupación. Las reservas de cuatrocientos millones, crecieron a más de quinientos. La deuda externa de tres mil cuatrocientos millones, la bajó a dos mil seiscientos cincuenta. Sin inflación, recesión ni desocupación, se respiraba un aire de paz y libertad pocas veces conocido. Los presupuestos tuvieron las partidas destinadas a educación y salud, más elevadas de la historia
Aprovechando la instalación de un gobierno democrático, la C.G.T. que había sido disuelta por los militares, empezó a reorganizarse. Curiosamente, empezaron por armar un plan de lucha contra el gobierno que la había rehabilitado. Aprovechando las libertades que les concedía, empezaron sin nada que lo justificara, una guerra sin cuartel contra un gobernante sensible, honrado y justo. Sus dirigentes, que por años guardaron una cautelosa reserva ante los atropellos militares, tampoco censuraron a las autoridades de la iglesia por su silencio cómplice ante las violaciones a los derechos humanos, ni señalaron a las multinacionales por sus pretensiones desmedidas, indiferentes a los negocios argentinos. En cambio inexplicablemente, señalaron al nuevo presidente –pacífico, indefenso-, como su principal enemigo. Hicieron un sindicalismo politizado, a veces perverso, que trató de desestabilizarlo y siempre le negó su apoyo.
Illia fue jaqueado por las fuerzas armadas, por una parte del periodismo y por el creciente poder gremial. Pese a su decencia, a sus logros y a la reactivación económica lograda, fue quedando cada vez más aislado.
Los dirigentes sindicales paralizaban al país por los motivos más fútiles. No hicieron sindicalismo sino política y de la más sucia, sin importarles los genuinos intereses de los gremios que representaban. Sin riesgos de represión ni peligro de hallar resistencia, sus triunfos se hicieron fáciles, los infatuaron. Perjudicaron al país y a los propios trabajadores. La C.G.T. se transformó en el movimiento sindical más poderoso de América Latina. Fue hostil a los partidos políticos no peronistas y funesto para la economía de la Nación. A los jerarcas del sindicalismo, solo les importó aumentar el dominio político y acumular fortuna personal, Eran desfachatados, hablaban de nacionalismo, de patria, pero el país les importaba un comino. Cantaban con fervor la marchita; también decían que combatían al capital; sin embargo, hicieron aparecer en la escena pública, a un personaje nuevo: el oligarca gremial. Hallaron una peligrosa y desprejuiciada forma de ejercer el poder y enriquecidos, pasaron a formar una nueva especie burguesa.
Concluyendo: esos dirigentes fueron los que más hicieron para impedir que la Argentina en ese momento, hubiera podido incorporarse al grupo de países desarrollados, y principales responsables del rebrote armado en la Argentina.
El día veintiocho de junio se produjo el golpe militar; ese día aciago para el país, estando el presidente reunido con sus ministros, el general “alsogaray”, seguido por el coronel Perlinger, al frente de un grupo armado, dirigiéndose a la autoridad presidencial que por supuesto estaba muy por encima de la suya, insólitamente le ordena: -Con el fin de evitar actos de violencia lo invito a que haga abandono de la casa de gobierno.
-¿De qué violencia me habla? -Le contestó-, la violencia la acaban de desatar ustedes. Yo siempre he predicado la paz y la concordia.
Nuevamente interviene con prepotencia el coronel Perlinger: -Los invito a que hagan abandono de la casa o serán desalojados por la fuerza.
Dijo en una oportunidad el hermano del presidente: Fue tan mísero y agraviante el desplante del representante de la cópula golpista, el general “alsogaray”, que el presidente desde su enorme estatura moral lo acusa: -Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores de caminos.
Así, con la ayuda de muchos cómplices de la calaña de los Perlinger y los “alsogaray”. Onganía se trepó al poder, parte del periodismo le dio la bienvenida. El Cardenal Cagiano –autorizada voz de la iglesia-, expresó su adhesión a los golpistas por que sus principales colaboradores –dijo entonces-, eran católicos militantes. De la larga cadena de golpes que el ejército propinó a la civilidad, éste fue el más cruel, el más absurdo. No derribó a un político cualquiera sino crucificó a un apóstol de la bondad, la tolerancia y la decencia.

Una carta (fragmento) del coronel Perlinger


Buenos Aires, 19 de junio de 1982
“S. E. Dr. Arturo Illia. De mi consideración:
“Hace diez años el ejército me ordenó que procediera a desalojar el despacho presidencial. Entonces el Dr. Illia serenamente avanzo hacia mí y me repitió varias veces: “Sus hijos se lo van a reprochar”. Tenia razón
Hace tiempo que yo mismo me lo reprocho porque entonces caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional para terminar viendo en el manejo de la economía a un Kriger Vasena. Ud. me dió esa madrugada una inolvidable lección de civismo.
El público reconocimiento que en 1976 hice de mi error, si bien no puede reparar el daño causado a usted uno de los grandes demócratas de nuestro país, la satisfacción de que su ultimo acto de gobierno fue transformar en auténtico demócrata a quien lo estaba expulsando por la fuerza de las armas de su cargo constitucional.
Hace pocos días en Gral. Roca, Ernesto Sábato dijo a la prensa: “¿Sabe que tendrían que hacer los militares después de ese desastre final que estamos presenciando?” Ir en procesión hasta la casa del Dr. Illia para pedirle perdón por lo que le hicieron”
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario