Ileana Andrea Gómez Gavinoser

jueves, 19 de agosto de 2010

MENSAJE PARA LA GENTE MAYOR


Me gusta la oscuridad porque en ella desaparecen las formas; sin palabras en la radio, llega hasta mí un silencio denso, envolvente, que me penetra; un silencio ocioso, sin voces, música ni ruidos, que se asocia a la penumbra y trae a mi mente la idea de la Nada. La Nada es un vacío existencial que me paraliza, me desarma; como es la negación de la vida; entonces debo volver a encontrarme viviendo, lo que equivale a decir ocupado. El quehacer es una de las primeras categorías de la existencia; por eso ya mismo debo ponerme a comer, a bailar, a cantar, a escribir, o hacer cualquier cosa que tenga a mano; por ejemplo proyectar, para escapar de la angustia que me jode cuando me pongo a pensar en la Nada.
Para que me acompañe en la noche tendré que inventarme un receptor necesario, para que mi meditación tenga un sentido. Entonces, para ser más convincente, a media voz, en tono confidencial y al oído podré decirle: la vida no es una cosa, las cosas son temporales, tienen principio y fin. La vida como objeto metafísico, como ámbito del suceder, como entorno de cada cual, no es eterna, pero es intemporal. Para que así sea, debés vivir de instante en instante; aferrarte a cada momento con apetito voraz, con fuerza, no como si fuera el último, pero sí como lo que es, una gracia única, irrepetible; un permanente comienzo, la vida más que vivirla hay que festejarla porque es una fiesta.
A cada jovato como yo, y a cada veterana también, gran familia de la generación mía, hermanos de miedos, de sueños incumplidos y fracasos repetidos, les pido no pensar en el ocaso. Pese a las frustraciones y desencantos, pedazos no desechables de nuestro largo vivir, no tolerar la resignación; no conformarnos con lo bueno, aspirar siempre a lo mejor.
Cada mañana que llega trae una promesa virgen; antes de levantarnos invoquemos a Juno, diosa romana de la fidelidad conyugal, de la fertilidad y protectora de los partos, para que nos ayude a parir la vida nueva que nos nace cada día. Para salir a la calle propongo: empezar la jornada canturreando con alegría el viejo tema: “Qué importa que esté lloviendo si el Sol está en mi corazón”. Luego, evitemos el ritmo de vértigo con que se vive; obremos con cuidado, temamos al decaimiento, gocemos con lo que hacemos; hagamos todo con amor; no actuemos precipitadamente, con la desprolijidad de quien escribe un borrador diciendo para justificarse: No importa, estoy apurado, mañana me paso en limpio.
Gonzalo Rojas, con ochenta y cinco años, aún está en plena actividad literaria; el poeta chileno, de juventud inagotable, con humor acostumbra a decir de sí mismo: “Soy un viejoven”. Desarrolla con constancia la teoría de una lozanía permanente aplicada a la vida; él la llama teoría de la mocedad octogenaria, y dice: “La vejez avanza sobre el cuerpo que está indefenso y no hay forma de detenerla; pero la mente de cada uno de nosotros es una fortaleza, y en esa defensa natural, inexpugnable, que Dios nos dio, si está bajo nuestro control, la decrepitud no entra”. Y para que todos podamos sentirnos jóvenes nos invita a mirar al Mundo… “eróticamente”.
El escritor británico Julian Barnes, dijo sabiamente: “El corazón y el cuerpo, envejecen con velocidades diferentes”. Yo, a esa idea brillante, me permito agregarle un par de observaciones personales: Me apena encontrar a cada paso a personas de cuarenta, con corazón anciano, amargo, pesimista y sombrío, mientras otras en cambio, después de los setenta, aún lo tienen lleno de ternura, de optimismo y entusiasmo; colmado de vitalidad y de vida; son corazones que conservan el gusto de reír…, y las ganas de seguir pecando.
Comparo la vida a una sinfonía; antes de los primeros compases el silencio, tras los últimos otra vez, pero en la composición todo es melodía y hasta las pausas son musicales.
Lo mismo pasa con el viviente: antes de llegar al mundo desde un cero sin memoria, para construir una vida con recuerdos, mucho antes de aparecer en la tierra, como fenómeno biológico –después será ente biográfico–, antes de que su historia personal comience, allí está como fondo, aterradora, la Nada. Después del último aliento aparecerá otra vez, pero mientras estás viviendo, la tuya como la mía solo es vida y la Nada –igual a la muerte– debe permanecer afuera, no hay sitio para las dos. Lo esencial de una sinfonía puede aparecer al final; en la vida de cada uno –en la tuya también–, lo mejor podés saborearlo en la última etapa. Igual que en algunas sinfonías, los compases más hermosos pueden aparecer en el último movimiento.


jueves, 12 de agosto de 2010

INCOMUNICADOS




—Esc… esc… esc… —Intentó decir.
—No empecemos con la historieta de siempre que tengo apuro. –Dijo la mujer– Tengo hora con el dentista.
—Esc… esc… esc… –insistió él.
—Te ayudo, pero tengo que irme –y agregó viendo que el marido levantaba la vista–. Escalera.
Él niega con la cabeza y sigue: —Esc… esc… esc…
—Escoba. –Responde pensando que quiere barrer la vereda.
Vuelve a negar. Insiste: —Esc… esc… esc…
Observa que le está mirando los pechos: –Ahora sí, escote.
Niega con el dedo índice.
ELLA —Pensar que cuando éramos novios hablaba bien y hasta por los codos. Quien lo ha oído y quien lo oye; ahora los coditos los usa para hacer economía. (alza la voz) Escarabajo.
ÉL (negando con la cabeza) —Esc… esc… esc…
ELLA (para sí) —Somos una pareja sin igual. ¿Como hacemos para entendernos? El no es mudo porque habla. Por su puesto mal, algunos días peor, como hoy, por eso es tartamudo. Y yo que tengo que entenderlo no soy sorda pero oigo mal. ¿Me habré contagiado y ahora soy tartasorda?
Él (se impacienta)
ELLA —Escalera, escudo, escuela.
EL (de mal humor gesticula)
ELLA (para sí) —Ay…, siempre acierto pero hoy no emboco una. ¿Será porque es martes 13? (a él) —Escuela, escudo, escrache, escama, escombro, escala.
ÉL (furioso, toma un marcador y escribe sobre un papel con letras enormes) ”ESCULAPIO”
ELLA —No te metas con Sócrates, ni con Critón. Dejá dormir a los gallos. Que al patrono de la salud otros le hagan las ofrendas. (se abriga, agarra la cartera; sale)
Él mira al perro que lo observa. Luego acaricia al boxer que le da muestras de afecto.
ÉL (al perro) —Esc… esc… esc…

LA INVASIÓN DE MONGO


En el planeta Yuto, las radios en cadena informan a sus habitantes sobre un hecho grave: ¡Atención yutos y yutas…, atención! Mongo, con su rey al frente invadió la Tierra. Nuestros gobernantes van a reforzar nuestras defensas subterráneas, antiaéreas y antiloquivenga por lo que pucha pudiera.
Mientras tanto el rey Mongueche, de Mongo después de haber recorrido los países conquistados, entre ellos el de Chávez, el de Fidel Castro, el de Busch, y el de Zapatero está satisfecho. Ahora está en la Argentina. —¡Cuanta tierra, cuánta agua!, estamos salvados. Mucha fruta, muchas papas, mucho trigo, me informan que sirve para hacer una cosa que llaman pan. Dicen que lo llaman pan porque sirve patóo Así mismo hay llanuras inmensas, montañas, nieve, aquí tienen de tóo. Lástima que haya tantos argentinos. Pero vamos a reducir la población porque vamos a echar a los que no sirven.
El conquistador vuelve a su planeta; como es religioso y mujeriego extraña a las mongitas que en los templos cleromongos le rezan con fervor a Sanfalo, patrono de la población femenina. Vestidas con minihábitos rojos y maxiescotes muestran con orgullo sus piernas y pechos. En la Argentina queda el virrey de Mongo, Aurelio, quien dice a sus colaboradores: —El amo me dejó la orden de reducir la población. Tenemos que empezar por los más inútiles.
—(Coro) ¿Y quiénes son?
—Los políticos.
—(Coro) ¡Cómo vamos a hacer?
—Vamos a aplicar la teoría cuántica de Salvatierra.
—(Coro) ¡Qué dice esa teoría?
—Para acabar con esa lacra social hay que abolir por inútiles, los juramentos de lealtad y patriotismo y desterrar las mentiras porque sin ellas…, como dice la letra de un tango que me hizo oír un porteño, sin esas mentiras no pueden vivir.


EL ASOMBRO








Me asombra la claridad serena de los días que pasan y la oscuridad amiga de las noches que se alargan. El pasto verde que brota, y el yuyo amarillo que agoniza. El capullo que nace y la flor que se marchita. Me entretiene ver a la lombriz arrastrando la panza por la tierra, y seguir el vuelo de la mosca en la cocina. Me alegra oír la voz chillona del nieto que llama y la cascada del abuelo que contesta.
Me conmueven la risa y el llanto. Me alegran los colores primarios, blanco, negro, azul, rojo y amarillo. Las siete notas musicales, el canto suave de las cuerdas y la irrupción impetuosa de los instrumentos de viento. Me transportan las marchas fúnebres, las canciones de cuna y también los tangos. Me seduce el olor de la tierra fresca y de la piel recién lavada; me maravillan los gustos diferentes, neutros agrios o dulces. El milagro del tacto, que anulando las distancias me conecta con lo áspero y lo suave, con lo duro y con lo blando.
La vida es un perpetuo asombro, me irrita que haya gente que pareciera tener un velo negro en los ojos; su indiferencia me desconcierta, me cuesta creer que nada los asombre.

LLUVIA




¡La pucha!, el mal tiempo se vino con todo. Tendría que salir pero no tengo piloto. Para colmo estoy resfriado. No deja de llover, ¡qué aguacero! Me están esperando; en casa tampoco hay un paraguas. ¡Carajo!, por momentos diluvia!, prometí estar con ellos pero en el barrio no hay ningún colectivo que me lleve directamente y no tengo guita para un taxi. No puedo hacer nada. Cada minuto que pasa aumenta mi impaciencia; en el reloj de la cocina vuelvo a mirar la hora; se está haciendo tarde, me desespero. En tanto sigue lloviendo; como si nunca hubiera llovido. Llueve…, llueve..., llueve, no para.

UN POCO DE LUZ





Él
Ella, mujer gorda
Un dormitorio
Escena uno
ÉL —¿Por qué apagás la luz de la araña?
ELLA —Voy a desvestirme.
ÉL —¿Es por pudor, o por qué es nuestra primera vez?
ELLA —No es por eso. Siento vergüenza por que soy gorda.
ÉL —Por lo menos dejá prendida la del velador.
ELLA —Si me ves desnuda, se te van a ir las ganas.
ÉL —Si no aprendés a valorarte vos, como van a respetarte los demás.
ELLA —Toda la vida fue así. Siempre me sentí humillada porque adonde fuera me discriminaban. En la primaria todos los chicos me cargaban y la maestra, en vez de retarlos también se reía de mí.
ÉL —¡Qué hija de puta!
ELLA —Cuando era adolescente, los pibes lindos andaban detrás de las otras. Yo para no quedar afuera del grupo, tuve que aprender a hacerme la graciosa; por lo menos, a los que
me gustaban los hacía reír.
ÉL —A mí las gordas nunca me dieron risa.
ELLA —Debés ser el único.
ÉL —Te cuento: La primera teta que chupé en mi vida fue la de una gorda, la de mi ama de leche. Mis canciones de cuna, me las cantó la hermosa voz de una gorda. En mi casa no había chicos, así que mis primeros juegos fueron con una vecina gordita. En la escuela mi maestra más cariñosa fue una gorda.
ELLA —¿Y con quien te hiciste hombre? Seguro que fue con una flaca.
ÉL —No, también fue con una gordi, Pirucha, y la recuerdo siempre con cariño.
ELLA —Habrá sido muy difícil.
ÉL —Más de lo imaginás. Para colmo ella no supo ayudarme porque también debutaba..
ELLA —¿Y como se la encontraste?
ÉL —Buscando…, buscando. Después, apartando los rollos en que estaba sepultada.
ELLA —¿Tuviste que empujar mucho, como la desvirgaste?
ÉL —Como en el conocido cuento del elefante y la hormiga.
ELLA —No lo conozco, ¿cómo es?
ÉL —Con paciencia y con saliva.
ELLA —Vas a ver, conmigo todo va a ser más fácil. Pero por favor, dejame apagar la luz.
Escena dos

ELLA —Ahora te voy a dar el gusto, voy a prender la luz del velador, es pobre pero alcanza, quiero mirarte a los ojos. Tengo que agradecerte el momento más dichoso de mi vida. Lo hiciste de maravilla, lentamente, retardando cada instante con delicadeza y con pasión, como si yo te gustara, como si le estuvieras haciendo el amor a la mujer de tus sueños.
ÉL —Las que están acostumbradas a padecer, cuando les toca gozar gozan el doble. Yo también te disfruté; creeme, si fueras flaca en éste momento yo no estaría en tu cama.
ELLA —Aunque me hiciste feliz, sigo sin saber que le ves a una gorda como yo; no entiendo. Recién fuiste mío y ya tengo miedo de perderte. ¿Pensás volver a verme?
ÉL —Si, y te digo por qué; me gustaría que siguiéramos encotrándonos porque me enamoran tus miedos, tu humildad, tu sufrimiento, tu sonrisa llena de ternura y tu mirada inocente. Quiero que sepas –y no es cuento– que me encantan las gordas porque son mansas como palomas cansadas. Por si fuera poco, como regalo del cielo y sublime yapa, tienen como vos, bustos como lomas de un paisaje afrodisíaco, lenguas de cacao y labios como caramelos.
ELLA —¡Qué hermoso!, cuanto bien me hace lo que me estás diciendo.
ÉL —¿Estás llorando?
ELLA —Es la primera vez en mi vida.
ÉL —No lo puedo creer, ¿nunca habías llorado?
ELLA —Tantas veces. Desde que me hice mujer he sido una abonada al llanto.
ÉL —¿Entonces?
ELLA —Es la primera vez que lloro de felicidad. Creí que iba a morir sin saberlo. Gracias a Dios, ahora sé de que se trata.
ÉL —Ya que te gusta tanto, te sigo explicando lo que pienso de las gordas. Después de cenar son el postre más exquisito. Además son tiernas; me hacen llorar sus confesiones apesadumbradas de sus pasados llenos de traumas y sufrimiento.
ELLA —¿Y no te cansan, por qué te siguen gustando?
ÉL —Antes me encantaban, actualmente me seducen. ¿Por qué?, las obesas me gustan ¡qué joder!, así nomás, porque son como Dios las echó al Mundo. Por las noches siempre sueño con alguna de mirada ardiente como mi deseo, capaz de encenderme y regalarme su hospitalidad, invitando al soñador empedernido que hay en mí, a jugar con ella entre sus sábanas calientes.
ELLA —¡Qué emoción! Me hubiera gustado grabarlo para que lo oigan mis amigas y se mueran de envidia. Tus palabras llegan a mí como la mejor música que tengo oída; en el resto de mi vida en mi memoria siempre las seguiré escuchando.

BUSCO UN ÁRBOL











Busco un árbol…, cualquier árbol. En éste lugar desierto, en ésta tarde que agobia. No importa que no sea un quebracho, lo que necesito no es leña. No importa si no es un cedro; con su madera no voy a hacer ningún mueble.
No importa que no encuentre un eucaliptus, porque no estoy congestionado ni pienso hacerme inhalaciones. No importa si no me topo con un Nogal; no tengo hambre ni me gustan las nueces, además, siempre me dio pereza partirlas, y de yapa, tener que recoger las cáscaras.
No importa…, no me importa, no se me importa. Me importa un pito si es un arbolito con naranjas, porque como no tengo sed, para chuparle el jugo a una, girando el dedo sobre la cáscara no voy a hacerle ningún agujero.
Quiero ante éste horizonte silencioso y quieto, tan enorme que su línea es casi recta, encontrar un árbol; en tanto…, sigo buscando…
Busco un árbol…, cualquier árbol. Porque con éste calor que aplasta, estoy medio asoleado y pretendo un poco de sombra; en lo posible, que tenga a su pie abundante tierra, porque también empiezo a sufrir por culpa de una emergencia: necesito echarme un meo. Por eso…, busco un árbol…, cualquier árbol.

SOY UN ÁRBOL

No se como me llamo; un calendario vegetal cuelga con mi ramaje, y ya perdí la cuenta de las hojas y días que cayeron y pasaron desde que estoy acá. Y aquí sigo, con las medias de tierra en mis fríos pies cónicos de palo; enterrado hasta la cintura sin poderme mover, siempre sujeto al mismo piso, y bajo este cielo tan cambiante. Debo ser muy alto ya que los que me rodean son más bajos que yo, y parece que sigo creciendo porque los veo cada vez más pequeños y aunque de arriba se ve mejor, lamento estar cada vez más lejos de ellos y más solo. Aunque me veo reflejado en los ojos de los que me miran, mi confusión es mayúscula porque me veo como ellos me ven.

En la vista del poeta me percibo en forma de soneto, con el músico en modo de canción. En la pupila imaginante del carpintero intuyo un futuro de cuna o de ropero. La mirada necrófila del enterrador me pone la corteza de gallina al ver dibujado en ella un ataúd. El parrillero me hace presentir una tumba infernal trozado en leña, y me imagino poste entre las piernas del que trabaja en la compañía de luz. El dormilón desea que conmigo hagan una cama y el acalorado, de mí solo ve la sombra refrescante que proyecto. Aún sin intención, las parejitas solo se acercan para lastimarme; al alejarse me dejan en el cuerpo un corazón atravesado y dos iniciales toscamente tatuadas en mi piel. Soy el piso en el que levanta su casa el hornero, y el inodoro en el que la paloma deja sus excrementos. ¿Para qué me eligen los perros?, por vergüenza no lo cuento. Alguien una vez dijo: “Pienso, luego existo”.[1]

Conozco ese pensamiento; yo también pienso, sí, pero…, ¿cómo pienso, cómo soy, cómo existo?


[1] Descartes


Fotografía de Ileana Andrea Gómez Gavinoser (copyright, 2010)




UN RELOJ DE BOLSILLO





Un turista que paseaba por el centro de la ciudad –por la calle Libertad para ser más conciso–, sacó del bolsillo de su chaleco un viejo reloj de bolsillo que le había regalado su padre; fastidiado, se dio cuenta de que estaba descompuesto. Se hallaba parado frente a un local muy pequeño; en medio de su vidrierita colgaba un reloj de péndulo y pensó: “¡Qué casualidad!, una relojería, voy a entrar a que me lo arreglen”.
Entró; el local estaba mal iluminado porque todo estaba en penumbras. En el fondo vio a un viejo que, sentado en un sillón destartalado, con unos viejos anteojos pequeños en la punta de su enorme narizota, leía una página impresa con signos en un periódico de la colectividad hebrea. Un negro y arrugado Kipa, le cubría la nuca. En un viejo fonógrafo se oía en bajo volumen el gracioso y popularísimo “aba naguila” del cancionero israelita.
Interrumpiéndole la lectura, le dijo al viejardo:
—Buenos días, necesito que me arregle éste reloj.
—Boinas. –Le contestó en un castellano moisheado y con cara de pocos amigos agregó– Yo, no relojero.
—Entonces, ¿qué es? –Preguntó con curiosidad.
—Soy Mohel. –Tras una pausa preguntó con malicia ¿Sabes vos que es un Mohel?
—Si lo sé –contestó orgulloso de conocer la respuesta–, el encargado de cortar el cuerito al pirulín de los bebes judíos. Pero entonces…, ¿por qué tiene colgado un reloj en la vidriera?
—Y qué quieres –Tras una pausa, sobrador–, ¿qué coilgue un prepucio?

ARTURO ILLIA





Ocupó la Casa Rosada entre 1963 y 1966, y fue derribado por el general Onganía que, en una acción injustificable, salvaje, derrocó a uno de los mejores gobernantes de nuestra historia. Todavía muchos lo recuerdan como el Apóstol de los pobres. El militar, fue apoyado abiertamente por el poder económico de empresas locales y extranjeras que defendían intereses contrarios a los del país, y alentado por la prédica golpista de una prensa paga, entre otras: Primera Plana y La Opinión. Líderes de esa campaña fascista fueron los periodistas Jacobo Timerman –Fue quién lo bautizó “la tortuga”-, Alvaro Alsogaray entonces columnista de Confirmado y Mariano Grondona, que infatuaron a Onganía y ridiculizaron al primer mandatario y a su esposa Grondona en uno de sus artículos dijo que el país había encontrado al Moisés que necesitaba, él lo llevaría a la tierra prometida. No hay dudas que éste Moisés aludido, era el general Onganía.
El doctor Arturo Illia fue el primer presidente en jurar en traje de calle –antes lo hacían de frac-, y el único en rechazar la jubilación de privilegio. Su única propiedad, una casa en Cruz del Eje fue comprada con el producto de una colecta popular,
Frenó el abuso de laboratorios internacionales que tenían ganancias exorbitantes a costa de la salud de la población. Anuló contratos petroleros que lesionaban los intereses de la Nación. E.E.U.U. principal afectado, envió a su embajador a comunicarle que su país en represalia suprimiría toda ayuda financiera a la Argentina. A pesar de eso produjo un aumento en la producción y bajó dos puntos el índice de desocupación. Las reservas de cuatrocientos millones, crecieron a más de quinientos. La deuda externa de tres mil cuatrocientos millones, la bajó a dos mil seiscientos cincuenta. Sin inflación, recesión ni desocupación, se respiraba un aire de paz y libertad pocas veces conocido. Los presupuestos tuvieron las partidas destinadas a educación y salud, más elevadas de la historia
Aprovechando la instalación de un gobierno democrático, la C.G.T. que había sido disuelta por los militares, empezó a reorganizarse. Curiosamente, empezaron por armar un plan de lucha contra el gobierno que la había rehabilitado. Aprovechando las libertades que les concedía, empezaron sin nada que lo justificara, una guerra sin cuartel contra un gobernante sensible, honrado y justo. Sus dirigentes, que por años guardaron una cautelosa reserva ante los atropellos militares, tampoco censuraron a las autoridades de la iglesia por su silencio cómplice ante las violaciones a los derechos humanos, ni señalaron a las multinacionales por sus pretensiones desmedidas, indiferentes a los negocios argentinos. En cambio inexplicablemente, señalaron al nuevo presidente –pacífico, indefenso-, como su principal enemigo. Hicieron un sindicalismo politizado, a veces perverso, que trató de desestabilizarlo y siempre le negó su apoyo.
Illia fue jaqueado por las fuerzas armadas, por una parte del periodismo y por el creciente poder gremial. Pese a su decencia, a sus logros y a la reactivación económica lograda, fue quedando cada vez más aislado.
Los dirigentes sindicales paralizaban al país por los motivos más fútiles. No hicieron sindicalismo sino política y de la más sucia, sin importarles los genuinos intereses de los gremios que representaban. Sin riesgos de represión ni peligro de hallar resistencia, sus triunfos se hicieron fáciles, los infatuaron. Perjudicaron al país y a los propios trabajadores. La C.G.T. se transformó en el movimiento sindical más poderoso de América Latina. Fue hostil a los partidos políticos no peronistas y funesto para la economía de la Nación. A los jerarcas del sindicalismo, solo les importó aumentar el dominio político y acumular fortuna personal, Eran desfachatados, hablaban de nacionalismo, de patria, pero el país les importaba un comino. Cantaban con fervor la marchita; también decían que combatían al capital; sin embargo, hicieron aparecer en la escena pública, a un personaje nuevo: el oligarca gremial. Hallaron una peligrosa y desprejuiciada forma de ejercer el poder y enriquecidos, pasaron a formar una nueva especie burguesa.
Concluyendo: esos dirigentes fueron los que más hicieron para impedir que la Argentina en ese momento, hubiera podido incorporarse al grupo de países desarrollados, y principales responsables del rebrote armado en la Argentina.
El día veintiocho de junio se produjo el golpe militar; ese día aciago para el país, estando el presidente reunido con sus ministros, el general “alsogaray”, seguido por el coronel Perlinger, al frente de un grupo armado, dirigiéndose a la autoridad presidencial que por supuesto estaba muy por encima de la suya, insólitamente le ordena: -Con el fin de evitar actos de violencia lo invito a que haga abandono de la casa de gobierno.
-¿De qué violencia me habla? -Le contestó-, la violencia la acaban de desatar ustedes. Yo siempre he predicado la paz y la concordia.
Nuevamente interviene con prepotencia el coronel Perlinger: -Los invito a que hagan abandono de la casa o serán desalojados por la fuerza.
Dijo en una oportunidad el hermano del presidente: Fue tan mísero y agraviante el desplante del representante de la cópula golpista, el general “alsogaray”, que el presidente desde su enorme estatura moral lo acusa: -Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores de caminos.
Así, con la ayuda de muchos cómplices de la calaña de los Perlinger y los “alsogaray”. Onganía se trepó al poder, parte del periodismo le dio la bienvenida. El Cardenal Cagiano –autorizada voz de la iglesia-, expresó su adhesión a los golpistas por que sus principales colaboradores –dijo entonces-, eran católicos militantes. De la larga cadena de golpes que el ejército propinó a la civilidad, éste fue el más cruel, el más absurdo. No derribó a un político cualquiera sino crucificó a un apóstol de la bondad, la tolerancia y la decencia.

Una carta (fragmento) del coronel Perlinger


Buenos Aires, 19 de junio de 1982
“S. E. Dr. Arturo Illia. De mi consideración:
“Hace diez años el ejército me ordenó que procediera a desalojar el despacho presidencial. Entonces el Dr. Illia serenamente avanzo hacia mí y me repitió varias veces: “Sus hijos se lo van a reprochar”. Tenia razón
Hace tiempo que yo mismo me lo reprocho porque entonces caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional para terminar viendo en el manejo de la economía a un Kriger Vasena. Ud. me dió esa madrugada una inolvidable lección de civismo.
El público reconocimiento que en 1976 hice de mi error, si bien no puede reparar el daño causado a usted uno de los grandes demócratas de nuestro país, la satisfacción de que su ultimo acto de gobierno fue transformar en auténtico demócrata a quien lo estaba expulsando por la fuerza de las armas de su cargo constitucional.
Hace pocos días en Gral. Roca, Ernesto Sábato dijo a la prensa: “¿Sabe que tendrían que hacer los militares después de ese desastre final que estamos presenciando?” Ir en procesión hasta la casa del Dr. Illia para pedirle perdón por lo que le hicieron”
.

LA DICHA











La Dicha soñada por todos, tan hermosa como siempre, ¡aaah!…, siente compasión por un desgraciado; vestida de punta en rosa y perfumada, ¡oooh!… decide ir a verlo. Llega a la casa de don Desconfiacho; Pocas Pulgas –así lo llaman los vecinos–, está sentado junto a la mesa; empieza a tomar la sopa. En la audición del medio día, música para exquisitos, se oyen los primeros compases del triple concierto para dedalito, labio, y cuchara: ¡Zdrp…, zdrp…, zdrp!… La Dicha ya está en la puerta, como no hay timbre golpea: ¡toc, toc, toc!
Desconfiacho, es huraño, resentido; un solitario que huye de la gente. Es muy friolento, como está calentito en la cocina, al cruzar el patio abierto, se encoge de frío, ¡brrr!…, con recelo abre despacio la puerta que cruje en las bisagras oxidadas, ¡crrr, crrr, crrr!; la mira de reojo, y asomando apenas la nariz, con cara de pocos amigos –o ninguno–, con malos modales pregunta sin saludar:- ¿Quién sos…, qué querés?
Tal vez, por aquello que dice que la suerte no se merece, si no que simplemente se liga, con su mejor sonrisa le contesta:- Soy la Dicha, ¡aquí estoy!, hace crujir los dedos con un doble: ¡crik!…, crik!, lista para cambiarte la vida; vine a quedarme con vos.
El ogro, con la boca cerrada, hace un par de aspiraciones ¡snif…, snif!, y se dice:- Esto tiene olor a cargada; le da un grosero portazo en la cara y cierra. ¡Pum! Se oye su voz gutural que, con su habitual malhumor, y con la áspera lucidez del que nunca sueña dice:- ¡Uffff!…, yo nunca estoy para bromas, ¡andá a cachar a tu abuela! - Vuelve a la cocina, a continuar la melodía interrumpida, y arrastrando las chancletas, se aleja de la puerta, ¡ssccc, ssccc, ssccc!




Buscando una lectora





Entusiasta autor desconocido
perdido en medio de la gente,
aunque tenga que cambiar el recorrido
busca una lectora complaciente.

Que sea enemiga de analizar
y amiga de dispensar elogios,
que simpática le guste conversar…
falta un verso que termine en “ogios”

Que sienta orgullo de ser
amiga de un escritor,
aunque no me pueda ni ver…
pa que rime aquí coloco “motor”.

Después, si mi sueño no se cumple…
¿aquí qué pongo? ¡ya!, escribo “umple”,
entonces con despecho voy a decir por ahora:
¡bah!, pá lo que me hace falta una lectora.

CANTO REO


Pretensiones tenés…, ¿no “manyás” que estás más
cerca del arpa que de la guitarra? Sos “bagayo”,
una “fayuta”, “fané”, “chantapufi” y “ratonera”;
y como te “piacha” rascar te vestís como pebeta.

Sos una “manguera” y de yapa “tacañusa”.
A los que te visitan no los invitás a pasar,
lo único que les das es “chamuyo” con la
“tapuer” entornada y los dejás en la “yeca”

Tenés tarro, “panofenderte” no bato tu edad,
pero hace lungo rato que pasaste los setenta,
como no sabés “barajear”, en el club de
jubilados no te quieren ni en la puerta.

Si “pa bronca tuya” todavía sos estrecha,
“jovatona”, sin “lolas chapables” ni un lindo
“pavito pa junar”, no creo que aparezca un
“nabo” pordiosero “pa espiantar” a tu “malaria”

Sin un “bagayero fesa” con ganas de “pinchar”,

capaz de arrimar la “chata” y bajar la caña sin
“bichar” que sos “naifa escashata”, “dificulto
dijo Luna, que al chancho le salgan plumas”.



TODO TIEMPO PASADO...¿ FUE MEJOR?

Cuadro del pintor Osvaldo Alcoceba (copyright)

¿A qué tiempo hace referencia este lugar común? No al de San Agustín, que carece de futuro porque aún no llegó y de pasado porque ya se fue. Ni al tiempo existencial que empieza por el futuro para desembocar en el hoy; un tiempo en el que el presente –según Heidegger– “es un sido del futuro “. Como tampoco es el tiempo que la vida es, debe ser el histórico que comienza en lo remoto para desembocar en los ahoras presentes. Ese dicho, se justifica si hacemos una confrontación indebida con la era actual; pero si a la época enjuiciada la comparamos como se debe, con una época anterior a ella, llegamos a una conclusión diferente: Todo tiempo pasado fue peor.
La vida del hombre cavernario, ¿fue mala? De ningún modo, porque significó un adelanto en relación a la etapa anterior, la de los primeros descendientes del mono marchador que vivían y dormían a la intemperie y a la vista y alcance de los animales mayores que lo convertían en su presa.
El esclavismo también significó un adelanto; inicialmente los bárbaros que invadían los poblados, después del saqueo y de elegir a las mujeres jóvenes que iban a llevarse, quemaban todo y mataban al resto de los pobladores. Mucho después pensaron: ¿para qué quemar las viviendas si podían quedarse y conservarlo todo como nuevos dueños? Y a los hombres fuertes, ¿para qué matarlos si con vida, cautivos, podían trabajar para ellos? Entonces, el que pasó a ser esclavo ¿qué ganó? Casi nada, nada menos que su vida. Una vida futura como ocasión; la de rebelarse, o quizás algún día poder escapar de su amo.
¿Y la Edad Media, que nació tras la caída de Roma; pese al feudalismo y sus atrocidades, acaso como época, ¿no fue mejor que la antigua, la de los romanos, en la que los hombres eran arrancados de sus hogares, reclutados contra su voluntad y obligados a participar en una guerra sin fin que aborrecían? Hombres cuyo promedio de vida, a consecuencia de tantas batallas, hambre y epidemias no pasaba de los treinta años?
Y la actual, con todas sus deficiencias, ¿acaso no supera a la pasada edad moderna?, que entre muchos otros males tenía una mortalidad infantil pavorosa, y en la que miles de mujeres –inclusive reinas– morían en los partos. Ni qué decir de los avances técnicos y científicos, de los adelantos en materia de salud que alargaron los cocientes de vida –ya estamos hablando de una cuarta edad–. Ni hablar de las progresos en el campo de la educación que ahora –nunca en el pasado– está al alcance de la mayoría.
No obstante, no encontramos razones para pensar que en un futuro lejano todo será distinto. Cuando haya pasado nuestra hora y ya no estemos en este mundo, generaciones venideras, quejumbrosas como las nuestras, que seguramente vivirán con más abundancia y mejor que nosotros, seguirán gimoteando y diciendo: “Todo tiempo pasado fue mejor”.

UN POCO DE HISTORIA




Un argentino, en su tiempo vivió 84 años; Buenos Aires-1793-1877-Southamton, Inglaterra; su historia es conocida por todos; escribieron tanto sobre ella que es difícil poder agregar algo. Los que lo han hecho nunca lograron ponerse de acuerdo; unos fueron detractores y otros apologistas. Por lo visto es espinoso intentarlo y alcanzar el punto justo. En cuestiones de biografía, si no se puede ser imparcial, es mejor no escribir nada.

Radioteatro


RADIOTEATRO
El muerto
Personajes
Locutor
Seis amigos
Un gato

Locutor —Un velatorio de barrio. En la entrada un anuncio: Elgar K. Pérez
Planta baja al fondo
En la salita de adentro, la capilla ardiente; junto al cajón y como única compañía, está el gato de la funeraria, un bello minino gris de enormes ojos verdes. No le gusta andar por los techos, es poco sociable y amante de la soledad y el silencio, tal vez por eso le gusta estar con los muertos. Tiene un nombre extravagante, le han puesto “Mentís”.
En el salón de adelante seis amigos del finado, con “cara de velorio” conversan fingiendo pesadumbre; están dotados de una capacidad histriónica para la representación teatral que apesta.

ABEL (simulando sollozos) —Pobrecito, era tan bueno. Cuando veía a una ancianita sola en una esquina, la acompañaba a cruzar la calle
AURELIO (Con temblor en la voz) —Tan generoso, en el café siempre pagaba él. Nunca viajaba sentado si había una mujer de pie.
ANSELMO (Como si se lo creyera) —Tan desprendido, cuando había alguna colecta, siempre era el primero en poner.
ALFIO (Con emoción artificial) —Tan buen compañero, los problemas que cualquiera de nosotros pudiera tener, los sufría como propios.
ATILIO (Con una mano en la frente) —Era tan noble, además nunca mentía, jamás lo oí mandarse un bolazo.
ADELIO (Amigo de la barra, con asombro) —Es la primera vez que se los oigo decir; pocas veces se escuchan tantos elogios de una sola persona. ¿Seguros que Elgar K. era todo eso? Entonces, yo también lo voy a creer.
Locutor —Se asoma sigilosamente el gato que estaba con el finado; los amigos se agachan estirando las manos y agitando los dedos, muertos de risa y a coro lo empiezan a llamar para que entre:
Todos: —¡Mentís…, Mentís…, Mentís…!


Francisco Pelegrin (copyrigth ,2010)

Todos los derechos reservados para el material publicado en este blog (Francisco Pelegrin, copyright, 2010)

PITÁGORAS



Un genio encarnado: Pitágoras; inmenso, refulgente, un elegido, un iluminado, nació en la hermosa isla de Samos entre 582 y 507 a. C (Aproximadamente). Su figura siempre estuvo envuelta en un halo de leyenda. El suyo, fue un movimiento filosófico inaudito, pedía a sus seguidores centrar sus afanes en la vida espiritual y en la búsqueda de un modo de vida que los guiara a la salvación. Decía que el alma individual es una chispa minúscula escapada de esa hoguera colosal que es el alma universal, por eso, dedicar el mayor tiempo posible adquirir conocimiento, es desarrollar lo divino que hay en cada uno de nosotros. La hermandad pitagórica tenía un rígido código de conducta. No era una sociedad machista por que incluía mujeres en su comunidad y la conducta discriminatoria estaba prohibida. Sus estudiantes pertenecían a todas las razas, religiones estratos económicos y sociales. Se les recomendaba comer con moderación y vestir con sencillez.
Sus alumnos sanaban su cuerpo con la medicina y purificaban su alma con la música, Es famosa su teoría de la “música de las esferas”. Explicaba que el movimiento de los astros en su veloz desplazamiento produce sonidos. Las distancias que los separan guardan proporción con las escalas musicales, los que están más cerca de su centro, se desplazan con más lentitud y producen sonidos graves. Los que están más alejados, en ese movimiento circular, lo hacen con mayor velocidad y sus sonidos son agudos. Juntos, producen armonías que se convierten en la “música de las esferas”, que es la música que escucha Dios.
Fueron los pitagóricos los primeros en sostener la forma esférica de la tierra y postular que ésta y el resto de los planetas conocidos no se encontraban en el centro del universo. Los números pares e impares, representan los opuestos y de su unión surge la unidad; esos números son el fundamento de ella. Inculcaba a sus alumnos una mística científica basada en la preeminencia del número y la armonía de los contrarios. Hacía un verdadero culto del silencio y estaba en desacuerdo con el politeísmo mitológico porque creía en un solo Dios.

UNA CUESTIÓN DE GUSTOS


Una mujer muy joven, muy linda, muy cuerda, se enamoró de un hombre.
El hombre –su vecino–, es muy viejo, muy feo, muy loco..
Cuando se presentó la ocasión –un oscurecer en su puerta–, la mujer, muy joven, muy linda, muy cuerda, con ternura le tomó las manos y le declaró su amor.
El hombre, muy viejo muy feo muy loco, con un tono amable, con dulzura y también con pena la rechazó.
La mujer, muy joven, muy linda, muy cuerda, intrigada quiso saber por qué. No entendía nada. Teniendo tantos pretendientes, justamente él, que era el único varón que quería la despreciaba. —¿Acaso no te gusto?
El hombre, muy viejo, muy feo, muy loco, dijo que le encantaba su juventud y lo enamoraba su belleza…, pero…
—Te conozco bien, no soporto tu cordura.


VIDA




Vida, vida,vida…

Vida en el agua, vida en la tierra. Sin ser espacial ni temporal, la encontramos en el espacio limitado, y en el tiempo convencional. Por orden de aparición, la primera forma viviente fue la vegetal; después siguió la animal; luego la humana que, como creación, nuestra vanidad nos hace decir que es la última, pero si después del hombre no va a aparecer algo o alguien superior a todo lo creado, es algo que solo Dios puede saber.
¿Antes? Largos siglos gestación, esperando alojada en la energía interior de la materia en estado de pre-vida. En sentido existencial, vida es la mía, la tuya; vida como ámbito del suceder, o como entorno de cada cual; como acontecimiento, porque es siempre lo que acontece a alguien. Así como el mundo de cada uno, no es el geográfico sino el familiar, el de las ocupaciones y entretenimientos; el de los conocidos y los amigos. La vida no es fenómeno biológico si no biográfico, también es escenario de las cosas que nos suceden y se acumulan en ese archivo falible que es la memoria.
Existencia siempre es la propia, la ajena solo es referencia. En un ingenuo error de construcción los hermanos Fresedo al crear aquél tango famoso acuñaron: “Vida mía… lejos más te quiero…, vida mía”… lo emotivo del tema, los llevó a confundir la vida de ella –la que está lejana-, con la propia llamándola “mía”, cuando en realidad es la distante. Un varón puede apropiarse de cuanto tiene una mujer: sus bienes, su cuerpo…, de todo, menos de su vida, porque la vida no es cosa, alguna, no es algo que se pueda medir, pesar, comprar ni adueñar. No se puede guardar porque ella no es menor que cosa alguna; no cabe en ningún sitio porque es lo más amplio, es el ámbito general en que guardamos todo lo que tenemos. Entre otras propiedades, es libertad, es elección, es poder optar por vocación o aburrimiento; es involución o progreso, es desgano o “ganas de”…, es perseverante intento o cómodo aburguesamiento; es solidaridad, o ávido interés y provecho.

UNA NOVELA SIN TÍTULO NI FINAL



En los años que llevamos juntos, nos ha tocado vivir en épocas diferentes. Cambiamos de domicilios ubicados en distintas comarcas. Gozamos o padecimos de distintas condiciones sociales. Así mismo, en cada novela se cambian nuestros nombres. En ésta que está en proceso, a mí me llaman Alfredo y a vos te mencionan recordando un apellido: Soto.
Alfredo —Bueno, vamos a lo que nos ocupa ahora. Ya estoy preparado para empezar el nuevo capítulo, vos, ¿estás listo?
Soto —Todavía no…, esperá un poco.
Alfredo —Qué pasa, ¿no conocés bien lo tuyo?
Soto —Los diálogos que siguen si, pero no el resto de la historia.
Alfredo —Yo tampoco, pero igualmente voy a continuar con lo que prosigue.
Soto —¿Sabés?, no es un problema de conocimiento, lo que pasa es que me falta pasión para hacer este trabajo.
Alfredo —Debés ser el único personaje al que no le interesa mostrarse. Bueno, allá vos, tomate tu tiempo, empezamos cuando quieras.
Soto —Hoy no. No tengo ganas.
Alfredo —Aunque estamos siempre juntos cada vez te entiendo menos.
Soto —Te explico, me falta motivación. Además, no me llevo bien con el autor.
Alfredo —Yo, como soy agradecido, aunque solo soy su personaje lo considero un padre porque me dio vida literaria, que al fin y al cabo también es una forma de vida. ¿No pensás lo mismo?
Soto —Porque soy empecinado o tal vez un mal hijo, solo le encuentro defectos. Lo encuentro egoísta, siempre pendiente del éxito y de sus lectores.
Alfredo —Y a vos, ¿el éxito y los lectores no te interesan?
Soto —Me importan un rábano. Yo quiero libertad para desenvolverme y que mi parte tenga más importancia.
Alfredo —Yo hago lo que corresponde a mi papel sin cuestionar lo demás.
Soto —Lo tuyo es fácil porque él con vos es distinto. Sos más independiente y respeta tu vida privada.
Alfredo —Eso es cierto.
Soto —A mí me asfixia. Conmigo se mete en todo. Cuenta cosas que debían ser calladas y otras que por delicadas no tendría que contar. Divulga mis inclinaciones y pensamientos secretos que afectan a mi intimidad y ponen en jaque a mi orgullo.
Alfredo —Ahora que me lo hacés notar, creo que algo de razón tenés.
Soto —A veces me sorprendo, de mí, cuenta cosas que ni yo mismo sabía.
Alfredo —A mí eso nunca me pasó. En este momento te justifico y me doy cuenta de por qué estás tan molesto.
Soto —No me trata como a un hijo; me mueve los hilos como a un títere. Me sienta, me para, me corre, me pone o me saca a su antojo como si fuera un muñeco.
Alfredo —No quiero discutir con vos, pero, somos dos los protagonistas para desarrollar esta obra, si falta uno, se interrumpe la historia y el que falla hace abortar la novela.
Soto —Si el que la escribe no me da la oportunidad de poder hacer mi parte como quiero, me importa un pito el novelón y la historia, que se vaya todo al cuerno, si es cierto que su triunfo depende tanto del personaje que soy, que me trate con más miramiento, si no, que no siga. Te digo, si es por mí, que la novela no se termine.

UNA GORDA EN MIS SUEÑOS



Después de una buena cena —¡ojo!, no lo divulgues, es confidencia—, me recomiendo un postre especial..., ¿me seguís?, un bocado de dioses; una gordita cariñosa, desinhibida, dispuesta a poner a prueba lo que estoy diciendo. Su consentimiento, es un fuerte incentivo porque huele a pecado y sabe a gloria; es una promesa de felicidad capaz de revolucionar el mundo de mi fantasía. A veces, me fastidia que sean tan modestas, que tengan un pudor exagerado, una comovergüenza por su sobreabundancia.
Dueña de mis sueños, mujer pretendida, hembra superlativa, me gusta imaginarte tendida esperándome con un mohín de impaciencia. Mientras te toco, quiero que te quedes quieta; en tanto, mansos tesoros custodiados por tus faldas aguardan a que llegue el momento de la ofrenda. Tengo para hacerte centenares de preguntas; pero en verdad, solo me interesa una respuesta, y cuando me la des, aunque apenas sé escribir, como suceso vital la voy a anotar en mi diario tratando de hacer buena letra.
Me atraen las gordas: por que son mansas como palomas cansadas…, además, tienen la ingrávida alegría de los pájaros liberados…, por si fuera poco, como regalo del cielo y sublime yapa, tienen pechos como colinas, miradas de miel, lenguas de chupetín, y labios de chocolate. Son románticas; me conmueven sus confidencias tristes cuando está lloviendo; me copa que al oído, entre murmullos y silencios me cuenten sus más íntimos secretos con voz velada de viola de concierto; no sé si algún día tendré el valor de retribuir su confianza contándoles mis vergüenzas.
Quien se anime a pulsarlas, deberá tener manos exploradoras, fuertes, pero sobre todo delicadas, sensibles. Asimismo pienso que: me gustan las gordas —¡qué joder, sin tantas vueltas!—…, así nomás, por que son gordas. Sueño con una de ojos redondos como mis deseos; capaz de activarme y proponerle al geómetra que hay en mí, retozar en su vértice y jugar con sus esferas.
Flaco, como también pienso en vos que sos joven, un consejo: cuando te inviten a una buena cena, estando ya satisfecho, rematá a la alta escuela la jornada; atendé a la voz de la experiencia: si querés pasarla piola, recordá que una gordi es la mejor golosina; su redondez, la marea, el vértigo, el desbordamiento. Conocerás una sensación de plenitud nunca por vos imaginada; si tiene ritmo, te hará inventar danzas nuevas con los sones de sus caderas.
Te digo esto porque pese a la diferencia de edad nos parecemos; en música, deportes y literatura tenemos los mismos gustos; posiblemente en cuestiones de mujeres también. En ese caso, te prevengo por lo que pucha pudiera: que la aventura principia siendo solo curiosidad, pero después del primer encuentro, de inmediato el interés se transforma y te volvés adicto y devoto.
Cuanto más visible sea su figura, más oculta, más rica será su intimidad, y más difícil su acceso; sentirás que estás frente a un misterio que no por cualquiera puede se develado. Si te acepta, vas a sentirte elegido, un premiado por la providencia. La dimensión que le sobra, puede ser el anuncio de una ventura nueva.
Si no tenés suerte, y te toca una con prejuicios que te desdeñe…, que, por tenerle aprensión a los delgaduchos se niegue a compartir con vos su opulencia, y descartándote, no te de ni lo que le sobra, mala pata. Te quedás sin el manjar, con ganas de conjugar con ella en el Edén de la abundancia, el verbo que descubrió Eva. Entonces, con despecho, como en el cuento del zorro, rumiando bronca, después de darle la espalda levantá la mano con fastidio, en una mezcla de chau y qué me importa, y decí en voz bien alta, para asegurarte de que esté escuchando: ¡Bah..., pá lo que me gustan las gordas! Y resignado, fingiendo indiferencia, tan orondo, pegás la vuelta. Ya en tu casa, oliendo a salmón y a vino, buscando olvidar tu enojo en el sueño, te metés en la catrera.

HISTORIA DE UN ADÁN NEGRO




La paleoantropología nos dice –y ya pocos lo discuten– que la evolución humana nació en Este de Africa y que de allí proceden los esqueletos de los homínidos más antiguos. Estas trágicas criaturas –nuestros mayores en el tiempo–, que tuvieron una existencia tan desgraciada y miserable, vivieron hace un millón y medio de años y recién mucho después de su aparición se extendieron por Europa y Asia.

Si esto fue así, tendríamos que ir pensando en cambiar la imagen que tenemos de un pálido y fino “Adán blanco” por la de un rudo y patético “Adán negro”. La figura que nos muestra la ciencia, difiere de la del blanquilindo que nos muestra la pintura clásica. El ejemplar que señalan los investigadores también anda desnudo, pero es mucho más antiguo, no habla; con voz cascada suelta gritos inarticulados, gruñe, tiene otro color y un andar simiesco. El nombre que le han dado a ese supuesto primer hombre descolgado del árbol del tiempo es sugestivo, melodioso, breve como una inicial; es nombre de genealogía fundacional; su cuerpo, hecho por Dios con el polvo sacado de la santa madre Tierra, posee el cálido matiz del lodo original; tiene la misma gama –no podía ser otra– que detenta el barro con que fue tallado.

Este Adán, tiene la piel semejante a la corteza ajada y cenagosa del primer árbol de la Creación; la cabeza ramificada y cubierta con la frondosa espesura capilar de un follaje indómito; es muy sucia y está revuelta. No obstante, su vida desventurada es musical como un nocturno triste que suena quedamente bajo una Luna fría y lejana. Sus ojos pardos son oblicuos, recelosos, pequeños, y su mirada opaca está llena de inocencia y de miedo. Su nariz es respingona y sus fosas de fauno selvático, son pequeñas ventanas redondas que a veces, urgidas por las necesidades que lo apremian se dilatan; como cuando debe olfatear a lo lejos al enorme animal que lo amenaza; o husmear con atención, para descubrir a la pequeña presa escondida que le servirá de alimento.

No quiero cuestionar el relato bíblico, ni está en mi ánimo provocar a sus creyentes; cada terráqueo tiene el legítimo derecho de elegir los alimentos materiales y espirituales que lo sustentan –“Cada lechón en su teta es el modo de mamar”–.

Entre otras cosas, digo que en la fase inicial de su leyenda, el olfato para los homínidos tuvo un rasgo primordial, sin parangón con ningún otro. En una ordenación categorial de los sentidos, para nosotros, el olfato ocupa un sitio muy modesto y sus galones son de un grado subalterno; Para los primates en cambio fue el órgano cardinal, el que le permitió sobrevivir, el que salvó de su extinción a la raza nueva que con él nacía.

Se bien que Adán como objeto de conocimiento, no reúne los requisitos categoriales, espaciales y temporales, que necesita un ente para poder ser aprehendido. Entonces tengo que resignarme y habituarme a su anormal forma de estar, que es el estar con nosotros en el modo de la ausencia; sin embargo, mi afán de estar junto a él no languidece; querría poder abrazarlo con amor filial, sentir su calor, darle el mío, y decirle que estoy orgulloso de mis antepasados, de ser descendiente de la raza negra y ser heredero suyo; pero eso no es posible porque “El Gran Mago” –Dios–, se reserva para sí todos los trucos y no permite que nadie –ni en nombre de los sueños– pretenda alterar las leyes espacio temporales del Universo; lo protege a él y a su albergue natural la caverna, detrás de un horizonte inaccesible de remota lejanía y lo tiene alejado de mi anhelo y de mi casa.