Ileana Andrea Gómez Gavinoser

jueves, 12 de agosto de 2010

UN RELOJ DE BOLSILLO





Un turista que paseaba por el centro de la ciudad –por la calle Libertad para ser más conciso–, sacó del bolsillo de su chaleco un viejo reloj de bolsillo que le había regalado su padre; fastidiado, se dio cuenta de que estaba descompuesto. Se hallaba parado frente a un local muy pequeño; en medio de su vidrierita colgaba un reloj de péndulo y pensó: “¡Qué casualidad!, una relojería, voy a entrar a que me lo arreglen”.
Entró; el local estaba mal iluminado porque todo estaba en penumbras. En el fondo vio a un viejo que, sentado en un sillón destartalado, con unos viejos anteojos pequeños en la punta de su enorme narizota, leía una página impresa con signos en un periódico de la colectividad hebrea. Un negro y arrugado Kipa, le cubría la nuca. En un viejo fonógrafo se oía en bajo volumen el gracioso y popularísimo “aba naguila” del cancionero israelita.
Interrumpiéndole la lectura, le dijo al viejardo:
—Buenos días, necesito que me arregle éste reloj.
—Boinas. –Le contestó en un castellano moisheado y con cara de pocos amigos agregó– Yo, no relojero.
—Entonces, ¿qué es? –Preguntó con curiosidad.
—Soy Mohel. –Tras una pausa preguntó con malicia ¿Sabes vos que es un Mohel?
—Si lo sé –contestó orgulloso de conocer la respuesta–, el encargado de cortar el cuerito al pirulín de los bebes judíos. Pero entonces…, ¿por qué tiene colgado un reloj en la vidriera?
—Y qué quieres –Tras una pausa, sobrador–, ¿qué coilgue un prepucio?

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